Gigantes con lo mínimo
Laura Sánchez y Petru Valenski agigantan un texto con flaquezas
Confieso que ni por asomo experimenté la intensidad humorística de anteriores obras del director y guionista Omar Varela (sin ir más lejos, “Más loca que una cabra”). Sin embargo, la historia (entre contada y cantada) de “Cada vez me gusta más” pudo sobrevivir a sus flaquezas textuales gracias al desenvolvimiento exuberante de sus actores.
Por Diego Sebastián Maga
Un elemento atractivo es que los actores no interpretan a los personajes que entran y salen del escenario sino que los van “vistiendo” en tanto monologan o dialogan. En esta ocasión, Laura Sánchez y Petru Valenski no encarnan a nadie sino que van narrando (o confesándose mutuamente) las manías y fobias de los individuos que componen sus familias (ciertamente disfuncionales). Individuos cuyos comportamientos son tan retorcidos como sus propios nombres: Sarandí o Beethoven, por ejemplo…
Así es como Laura y Petru (con una gran química) van hilvanando historias absurdas (de maridos, tíos o primos) con una serie de recursos escénicos propios de la comedia, el musical, el “stand up” o el “café concert”. Siempre con una complicidad absoluta con el espectador si bien, salvo en un amague, no descienden a la platea para interactuar con el público (como ha sucedido en innumerables espectáculos de Valenski).
Cada cuadro descriptivo (de criaturas y personalidades) concluyó con una canción. En plan de balada, bolero o flamenco, los tramos musicales (compuestos por Alberto Magnone) pusieron fin a cada relato (generalmente, con desenlaces tragicómicos).
Una serie de obritas musicales en que Laura demostró sobradas aptitudes para el canto.
Si bien “Cada vez…” denota notorias irregularidades en su texto, estos altibajos son eclipsados por la exuberancia interpretativa de dos de los más grandes comediantes que ha dado el país. De modo tal que nos terminó atrayendo más el “cómo se dijo” que lo “qué se dijo”. Los lenguajes expresivos (faciales o corporales) pudieron disimular en gran medida las flaquezas del guión de Omar Varela.
Sumado a ello, algunos comentarios “fuera de libreto” consiguieron un idéntico efecto de disimulo de las carencias textuales antes expresadas. Frases dedicadas a algunos espectadores que llegaron tarde: “¿estas son horas de llegar?... ¡Que boludismo, eh!... Ni sueñen que vamos a empezar la actuación de nuevo…” u otras salidas improvisadas (igual de desopilantes) que llegaron a raíz del molesto barullo que se filtró desde el piso inferior del Club San José (estábamos en el segundo) con el choque de las bolas de billar y el murmullo de sus jugadores. Algo inadmisible que –con algo de criterio- podría ser corregido en futuros shows ya que no solo perturba a los actores sino también a los espectadores. Si es que les interesa posicionarse como sala de espectáculos alternativa mientras el Macció está en proceso de reparaciones, claro.
La puesta en escena es extremadamente despojada al punto que prescinde de cambios de vestuario, dispone únicamente de dos sillas y escasos juegos de luces. Luego, el desparpajo y desenvolvimiento de la dupla es autosuficiente para cubrir el campo visual.
En conclusión, “Cada vez…” no parece un show hecho para deslumbrar por su escenografía ni mucho menos por sus guiones; aquí hay dos “grandísimos” actores que no se “empequeñecen” por el limitado contexto sino que –muy por el contrario- se “agrandan”. Dos actores comunicando “mucho” con poco. Llegando a lo “máximo” desde lo mínimo.