La cultura es la sonrisa
El Coro Municipal congenió a la perfección música y humor
Por Diego Sebastián Maga
El Coro Mayor presentó en el Teatro un show que vale la pena repetir: llevó a escena uno de los cuadros cantados más desopilantes de “Les Luthiers”. Esta ingeniosa idea me hizo pensar en aquella frase de León Gieco que dice “la cultura es la sonrisa”. Aunque en este caso sería más apropiado decir que “la sonrisa es cultura”.
Este ocurrente espectáculo llegó en el segundo segmento del Coro Mayor, justamente el que puso fin al show coral del Festival de la Cultura que fuera abierto por el ensamble de niños (con unos 20 chicos en escena).
Bajo la dirección de Carmen Corales, unos 40 componentes hicieron propia la desopilante zarzuela de “Les Luthiers” que lleva por título: “Las Majas del Bergantín” (un clásico de su obra que en la versión maragata tuvo a Sebastián Senattore y Manuel Galanes en los roles actorales y cómicos). La devolución de carcajadas de la platea fue instantánea y constante.
En medio de la ovación final, la conclusión fue una sola: la cultura no necesita de la solemnidad como vehículo para llegar al público. Ejemplos de ello sobran. El más obvio seguramente sea el de los artistas homenajeados en la noche: “Les Luthiers”. Más allá de la atmósfera de comicidad irresistible que envuelve sus espectáculos, cada show exige al espectador estar alerta, agudizar sus sentidos, no anular la inteligencia y –especialmente- tener determinadas coordenadas culturales (literarias, históricas, musicales, etc.) para no perder el hilo y llegar al desenlace final de la interpretación con la carcajada puesta. Es decir, erudición y humor no son términos antagónicos. No se anulan. Al contrario, se alimentan. Se potencian. Así pues, el humor nos puede llevar a Shakespeare o a Napoleón del mismo modo que Shakespeare y Napoleón nos pueden conducir al humor.
Una ecuación que –si de casos uruguayos hablamos- aplica a la perfección otro grande como Leo Masliah. Un artista que funde en su obra sus dos talentos: el musical y el humorístico. De tal modo que en sus presentaciones Chopin o Freud se asocian a la risa (sin que esta desconfíe de aquellos ni aquellos desconfíen de esta).
Mismos códigos artísticos son los que se perciben en el argentino Daniel Melingo, solo que en su música estas historias tan graciosas y disparatadas tienen de fondo grandes tangos. Unos tanguitos que lejos de ser ridiculizados por el autor son revalorizados y se convierten en un inédito canal de difusión del género. Una “música ciudadana” que por esta vía suele ganar la admiración de las generaciones más jóvenes. Esas que antes preferían ignorar al tango (por creerlo extremadamente serio o fuera de moda). Esas mismas generaciones que gracias al “Efecto Melingo” se enamoran de tipos como Piazzolla y descubren en él a un artista más vanguardista que muchas bandas de rock “último modelo”. Y la lista podría seguir, pero la intención era –más que nada- recordar que la cultura y la comicidad congenian muy bien y con la guía de gente como esta, perfectamente se pueden repetir estas experiencias culturales en San José. Como para no olvidar que “la cultura es la sonrisa” o que “la sonrisa es cultura”.
Las Majas del Bergantín: cuando el humor sale a flote
Sebastián Senattore: “Contramaestre, zarpamos. ¡Que extiendan las velas!”
Manuel Galanes: “¡No se lo aconsejo, señor! Hay viento…”
S. S.: “Y… por eso, que extiendan las velas…”
M. G.: “¡Ah, que “extiendan” las velas! Yo había entendido que “enciendan” las velas…”
Con este tipo de graciosos malentendidos, Senattore y Galanes se ganaron a la platea. Exprimiendo un guión desopilante llevaron la actuación del coro hacia una materia que conocen a la perfección: el humor. Rumbo a esas coordenadas zarpó esta obra. Parodia de una zarzuela que narra las aventuras y desventuras de un barco español que transporta a un grupo de prisioneras para ser juzgadas en España. Esta obra describe los vaivenes en la relación de los marinos con las “malhechoras” y el asedio constante de un “barco pirata” que reclama el retorno de estas mujeres a su tripulación. Este es uno de los cuadros más exitosos de “Les Luthiers” que consigue rescatar la esencia de un género musical salpicado de comicidad como la zarzuela, cuyo encanto radica en la sutil sincronía de canto, parlamento y despliegue escénico. En su versión original, “Las Majas del Bergantín” tiene en los papales principales a Marcos Mundstock, Carlos López Puccio y Daniel Rabinovich.
A poco de que los piratas dieran caza a la embarcación y liberaran a las damas prisioneras, Senattore y Galanes tramaban el plan que definitivamente hundiría sus ilusiones de quedarse con aquellas forajidas tan atractivas.
M. G.: “¡Tengo una idea, capitán! ¿Qué tal si vamos disfrazados de prisioneras? Y una vez a bordo… ¡zas! ¡Les atacamos!”
S. S.: “No, no, no, no. Imagínate lo que nos harían si se dieran cuenta de que no somos mujeres…”
M. G.: “Peor lo que nos harían si no se dieran cuenta… ¡Ya está, capitán! ¡Ja, ja! Entonces, vayamos disfrazados… de hombres.”
Coro: “Pues nada, no hay nada que hacer.”
S. S.: “¿Cómo que no hay nada que hacer?”
M. G.: “Habrá que entregar a las prisioneras.”
S. S.: “¡No, eso sí que no!”
M. G.: “¡Resistamos! ¡Resistamos!”
S. S.: “¡Que no! No sabría cómo ofrecer resistencia, por lo tanto hay que entregarlas.”
Coro: “¡Es inútil!”
M. G.: “Será inútil pero es el capitán.”
Por Diego Sebastián Maga
El Coro Mayor presentó en el Teatro un show que vale la pena repetir: llevó a escena uno de los cuadros cantados más desopilantes de “Les Luthiers”. Esta ingeniosa idea me hizo pensar en aquella frase de León Gieco que dice “la cultura es la sonrisa”. Aunque en este caso sería más apropiado decir que “la sonrisa es cultura”.
Este ocurrente espectáculo llegó en el segundo segmento del Coro Mayor, justamente el que puso fin al show coral del Festival de la Cultura que fuera abierto por el ensamble de niños (con unos 20 chicos en escena).
Bajo la dirección de Carmen Corales, unos 40 componentes hicieron propia la desopilante zarzuela de “Les Luthiers” que lleva por título: “Las Majas del Bergantín” (un clásico de su obra que en la versión maragata tuvo a Sebastián Senattore y Manuel Galanes en los roles actorales y cómicos). La devolución de carcajadas de la platea fue instantánea y constante.
En medio de la ovación final, la conclusión fue una sola: la cultura no necesita de la solemnidad como vehículo para llegar al público. Ejemplos de ello sobran. El más obvio seguramente sea el de los artistas homenajeados en la noche: “Les Luthiers”. Más allá de la atmósfera de comicidad irresistible que envuelve sus espectáculos, cada show exige al espectador estar alerta, agudizar sus sentidos, no anular la inteligencia y –especialmente- tener determinadas coordenadas culturales (literarias, históricas, musicales, etc.) para no perder el hilo y llegar al desenlace final de la interpretación con la carcajada puesta. Es decir, erudición y humor no son términos antagónicos. No se anulan. Al contrario, se alimentan. Se potencian. Así pues, el humor nos puede llevar a Shakespeare o a Napoleón del mismo modo que Shakespeare y Napoleón nos pueden conducir al humor.
Una ecuación que –si de casos uruguayos hablamos- aplica a la perfección otro grande como Leo Masliah. Un artista que funde en su obra sus dos talentos: el musical y el humorístico. De tal modo que en sus presentaciones Chopin o Freud se asocian a la risa (sin que esta desconfíe de aquellos ni aquellos desconfíen de esta).
Mismos códigos artísticos son los que se perciben en el argentino Daniel Melingo, solo que en su música estas historias tan graciosas y disparatadas tienen de fondo grandes tangos. Unos tanguitos que lejos de ser ridiculizados por el autor son revalorizados y se convierten en un inédito canal de difusión del género. Una “música ciudadana” que por esta vía suele ganar la admiración de las generaciones más jóvenes. Esas que antes preferían ignorar al tango (por creerlo extremadamente serio o fuera de moda). Esas mismas generaciones que gracias al “Efecto Melingo” se enamoran de tipos como Piazzolla y descubren en él a un artista más vanguardista que muchas bandas de rock “último modelo”. Y la lista podría seguir, pero la intención era –más que nada- recordar que la cultura y la comicidad congenian muy bien y con la guía de gente como esta, perfectamente se pueden repetir estas experiencias culturales en San José. Como para no olvidar que “la cultura es la sonrisa” o que “la sonrisa es cultura”.
Las Majas del Bergantín: cuando el humor sale a flote
Sebastián Senattore: “Contramaestre, zarpamos. ¡Que extiendan las velas!”
Manuel Galanes: “¡No se lo aconsejo, señor! Hay viento…”
S. S.: “Y… por eso, que extiendan las velas…”
M. G.: “¡Ah, que “extiendan” las velas! Yo había entendido que “enciendan” las velas…”
Con este tipo de graciosos malentendidos, Senattore y Galanes se ganaron a la platea. Exprimiendo un guión desopilante llevaron la actuación del coro hacia una materia que conocen a la perfección: el humor. Rumbo a esas coordenadas zarpó esta obra. Parodia de una zarzuela que narra las aventuras y desventuras de un barco español que transporta a un grupo de prisioneras para ser juzgadas en España. Esta obra describe los vaivenes en la relación de los marinos con las “malhechoras” y el asedio constante de un “barco pirata” que reclama el retorno de estas mujeres a su tripulación. Este es uno de los cuadros más exitosos de “Les Luthiers” que consigue rescatar la esencia de un género musical salpicado de comicidad como la zarzuela, cuyo encanto radica en la sutil sincronía de canto, parlamento y despliegue escénico. En su versión original, “Las Majas del Bergantín” tiene en los papales principales a Marcos Mundstock, Carlos López Puccio y Daniel Rabinovich.
A poco de que los piratas dieran caza a la embarcación y liberaran a las damas prisioneras, Senattore y Galanes tramaban el plan que definitivamente hundiría sus ilusiones de quedarse con aquellas forajidas tan atractivas.
M. G.: “¡Tengo una idea, capitán! ¿Qué tal si vamos disfrazados de prisioneras? Y una vez a bordo… ¡zas! ¡Les atacamos!”
S. S.: “No, no, no, no. Imagínate lo que nos harían si se dieran cuenta de que no somos mujeres…”
M. G.: “Peor lo que nos harían si no se dieran cuenta… ¡Ya está, capitán! ¡Ja, ja! Entonces, vayamos disfrazados… de hombres.”
Coro: “Pues nada, no hay nada que hacer.”
S. S.: “¿Cómo que no hay nada que hacer?”
M. G.: “Habrá que entregar a las prisioneras.”
S. S.: “¡No, eso sí que no!”
M. G.: “¡Resistamos! ¡Resistamos!”
S. S.: “¡Que no! No sabría cómo ofrecer resistencia, por lo tanto hay que entregarlas.”
Coro: “¡Es inútil!”
M. G.: “Será inútil pero es el capitán.”