“Los Calmantes”: el desorden organizado
“Las Estudiantinas” fueron el punto de partida de este nuevo proyecto humorístico que Montevideo conocerá en el carnaval 2009. Lo mejor de “Los Calmantes” fue la dinámica que consiguieron sin que por ello resignaran claridad. Puede ocurrir que en el afán de agilizar un show, la aceleración de movimientos y parlamentos conduzca a la confusión. Este no fue el caso. El vértigo que imprimieron estuvo completamente coordinado.
Por Diego Sebastián Maga
La velocidad equivalió a dinamismo escénico. Si bien la sucesión de malentendidos y enredos produjo un “estado caótico” de las cosas, las entreveró en beneficio del humor. Por eso me gusta hablar de un “caos” (creativo e interpretativo) bajo control. Un desorden organizado. Con personajes entrando y saliendo de escena. Sin parar. Interrumpiendo la normalidad de los acontecimientos. Rompiendo con la lógica. Y si tenemos en cuenta que el humor es poner algo en donde no va (o quitarlo de donde debería estar), “Los Calmantes” hicieron lo correcto. El planteo humorístico fue perfecto. Acelerando en una “accidentada” carrera por pistas de todo tipo. La del humor absurdo y surrealista. La del físico o gestual. La del humor más costumbrista. La del cantado. La del humor individual. O la del colectivo. “Los Calmantes” avanzaron en todas las direcciones y todos los caminos (generalmente) condujeron a la carcajada. En el show del Teatro, trajeron cuadros largos, intermedios y breves. El más extenso de ellos fue la humorada de “la comisaría”. Una secuencia completísima y desopilante en la que no dieron tregua al espectador. Fue “palo y palo”. Aquí fue donde se pudo vislumbrar la real dimensión humorística de “Los Calmantes”. Un elevadísimo potencial que se explica en el gran “juego de equipo” que tienen. Sería una tentación jugar para que se luzcan únicamente Diego Montesdeoca y Cléber Esteche (dos tipos que –comúnmente- tienen el partido ganado de antemano por la gran comunicación que consiguen con el público); sin embargo, el show optó por rotar dinámicamente el “eje de atención” sobre casi todos los actores y sin que nadie decepcionara. En la graciosísima y disparatada historieta de la “seccional policial” fue que esta interacción llegó a su pico. Incluso, por lo bien que rindió no es de extrañar que sea uno de los tramos que presenten en la “prueba de admisión” para concursar en Montevideo en el 2009. Naturalmente que superada esta instancia, el espectáculo deberá seguir evolucionando para perfeccionarse en la cobertura de rubros (desde luego que por no estar concursando, el miércoles, de canto hubo poco y de baile nada).
Más humor de “acción rápida” vino con un hospital disfuncional en el que las consultas médicas terminaron en una sesión colectiva de “digitopuntura” (otro gran momento).
Y el final llegó con el incomprensible sermón del “padrecito” (personaje que “El Pato” Esteche interpreta en radio) y un “zarpadito” coro de la iglesia que mutó en “barra brava”.
Antes de despedirse, “Los Calmantes” exclamaron “¡que Dios nos perdone!”.
Y la verdad que después de verlos, confieso que no sé si Dios los va a perdonar pero estoy seguro que sería un “pecado” que no compitan en el carnaval montevideano.
La velocidad equivalió a dinamismo escénico. Si bien la sucesión de malentendidos y enredos produjo un “estado caótico” de las cosas, las entreveró en beneficio del humor. Por eso me gusta hablar de un “caos” (creativo e interpretativo) bajo control. Un desorden organizado. Con personajes entrando y saliendo de escena. Sin parar. Interrumpiendo la normalidad de los acontecimientos. Rompiendo con la lógica. Y si tenemos en cuenta que el humor es poner algo en donde no va (o quitarlo de donde debería estar), “Los Calmantes” hicieron lo correcto. El planteo humorístico fue perfecto. Acelerando en una “accidentada” carrera por pistas de todo tipo. La del humor absurdo y surrealista. La del físico o gestual. La del humor más costumbrista. La del cantado. La del humor individual. O la del colectivo. “Los Calmantes” avanzaron en todas las direcciones y todos los caminos (generalmente) condujeron a la carcajada. En el show del Teatro, trajeron cuadros largos, intermedios y breves. El más extenso de ellos fue la humorada de “la comisaría”. Una secuencia completísima y desopilante en la que no dieron tregua al espectador. Fue “palo y palo”. Aquí fue donde se pudo vislumbrar la real dimensión humorística de “Los Calmantes”. Un elevadísimo potencial que se explica en el gran “juego de equipo” que tienen. Sería una tentación jugar para que se luzcan únicamente Diego Montesdeoca y Cléber Esteche (dos tipos que –comúnmente- tienen el partido ganado de antemano por la gran comunicación que consiguen con el público); sin embargo, el show optó por rotar dinámicamente el “eje de atención” sobre casi todos los actores y sin que nadie decepcionara. En la graciosísima y disparatada historieta de la “seccional policial” fue que esta interacción llegó a su pico. Incluso, por lo bien que rindió no es de extrañar que sea uno de los tramos que presenten en la “prueba de admisión” para concursar en Montevideo en el 2009. Naturalmente que superada esta instancia, el espectáculo deberá seguir evolucionando para perfeccionarse en la cobertura de rubros (desde luego que por no estar concursando, el miércoles, de canto hubo poco y de baile nada).
Más humor de “acción rápida” vino con un hospital disfuncional en el que las consultas médicas terminaron en una sesión colectiva de “digitopuntura” (otro gran momento).
Y el final llegó con el incomprensible sermón del “padrecito” (personaje que “El Pato” Esteche interpreta en radio) y un “zarpadito” coro de la iglesia que mutó en “barra brava”.
Antes de despedirse, “Los Calmantes” exclamaron “¡que Dios nos perdone!”.
Y la verdad que después de verlos, confieso que no sé si Dios los va a perdonar pero estoy seguro que sería un “pecado” que no compitan en el carnaval montevideano.