lunes, 7 de mayo de 2007

Érase una vez... el hombre

“Agarrate Catalina” y su conmovedor “Corso del Ser Humano”

Un hombre solo. Un hombre confundido. Un hombre que no sabe muy bien si creer en Dios o si Dios es quien no cree en él. Una especie “en multitud, de solitarios en masa / Simios de pie, disparando a matar / Un animal devorando su raza / Debajo del árbol del bien y del mal.”

Por Diego Sebastián Maga
Desde los primeros minutos, “La Catalina” (sin Martín Duarte en la dirección escénica y con la vuelta a la batuta de Tabaré Cardozo) advirtió en el Teatro que su show nada tenía de liviano ni ajeno: “¡Hoy con ustedes, el hijo profano de la tierra! / ¡El heredero de los dioses! / ¡El rey pensante de los animales! / ¡El niño emperador de un planeta en ruinas! / ¡Hoy con ustedes, el Ser humano!”
“La Catalina” revolvió en las tablas la utopía de un mundo mejor cuando todo se pone cada vez peor... Presentó un espectáculo muy universal por la clase de fenómenos que consideran y rescatan -de la vida moderna- sus textos (justo antes que se deshagan en la indiferencia “civilizada”) “Soy un ciudadano disfrazado de inmortal / Cambio de planeta en un camión de celofán / Otro ser humano en el espejo / Del carnaval (...)”.
Los dardos (más envenenados que perfumados) apuntaron al “Ser humano” y sus excesos (de todo tipo). A su estupidez autodestructiva. Al instinto asesino que –lejos de reprimir- perfecciona. Al patriotismo desquiciado y a las banderas como sinónimo de sangre. (“Los hombres gritan, los dioses callan / Los hombres matan en nombre de Dios / La Guerra Santa, caza de brujas / Ciega cruzada en la multitud...”)
A los abanderados que, en vez de creer que llevan una bandera ideológica o generacional, creen ser los “dueños” de la bandera. A esos seres tan pobres que lo único que tienen es dinero. A lo más intolerante de las religiones. A los templos del “merchandising”. A “parar de sufrir” o a sufrir sin parar. A la “Biblia y el calefón”. A los dioses hechos negocio antes que compasión. A la búsqueda alienante de la fe. A vivir arrodillado o a morir de pie: “Tengo conmigo otro Dios / Escapado de la cruz / A la luz ...de la luz / Furioso retador, del poder y el deber / Y de los imperios de la razón / Tengo conmigo otro Dios / Que nació en un cantegril / En el medio de mil, y que no vale más que un hombre común...”
De principio a fin, el uso abundante del humor cae “no” como relleno sino como el más completo gesto de evolución artística. Es más, el potencial intelectual de “La Catalina” en verdad se mide por la cantidad y calidad de contenidos humorísticos que es capaz de aplicar (esta vez sin el especialista en la materia, Rafael Cotelo, que en la misma noche de la función fue papá). Una línea humorística que siguió estrictamente sin perder hondura en la reflexión, tampoco acidez en la crítica ni mucho menos sensibilidad en su poética. Es decir, para armar ese rompecabezas escénico no despreció ninguna pieza clásica o actual del manual carnavalero (si hay que reciclar se recicla). Las cumbres, en este sentido, se consiguieron en la secuencia de “Las Maestras” (ironía filosa disparada contra lo más conservador de la educación escolar) y la del mismísimo “Diablo” (ese muchacho que empezó bien de abajo “con dos brazas y un medio tanque” y reclama más consideración de la humanidad por estar más preocupado por ella que “el barba”, su ex patrón).
De yapa, por la ovación final que los maragatos le dedicaron a los murguistas (en un Macció que no estuvo repleto como en el 2006), “La Catalina” decidió estirar la presentación e interpretar la retirada de un año atrás: “El Niño del Fin del Mundo”. Una de las más hermosas que se escribieron en la historia del carnaval y que las chicas y chicos de “La Cata” terminaron de cantar –después de bajarse del escenario- en los accesos de la sala teatral (junto a la escalera) con la gente rodeándolos y tan emocionada como ellos mismos.
La sensación cuando “se desploma el telón” es que el arte bien podría ser la religión justa y sensible que todos buscamos para llenar por fin ese vacío que traemos “aquí” desde tiempos inmemoriales. Otra idea que sugiere “La Catalina” es que sin artistas así el mundo sería un poco más violento. Una buena noticia. Un consuelo. Para creer o reventar.