Prohibido prohibir
El delito de hacer pensar: “Falta y Resto” y la censura en Buenos Aires
Determinadas noticias tienen el poder de probar que la única diferencia que existe entre la inteligencia y la estupidez es que la inteligencia tiene un límite. Que, en pleno 2007, un espectáculo artístico sea censurado confirma el poder ilimitado de las estupideces. Mientras tanto, seguimos soñando con que, algún día, alguien apruebe la única prohibición justa y simpática: la que prohíba prohibir.
Determinadas noticias tienen el poder de probar que la única diferencia que existe entre la inteligencia y la estupidez es que la inteligencia tiene un límite. Que, en pleno 2007, un espectáculo artístico sea censurado confirma el poder ilimitado de las estupideces. Mientras tanto, seguimos soñando con que, algún día, alguien apruebe la única prohibición justa y simpática: la que prohíba prohibir.
Por Diego Sebastián Maga
Si bien la prohibición del espectáculo de “Falta y Resto” confirmó que aún la “censura” sigue entre nosotros, es de esperar que algún día este método, tan desagradable, se vuelva agradable... y realmente útil. Imagino que si alguien aprueba una ley que prohíba las “estupideces” muchos dejarían de hablar por el resto de su vida. Y como “censurar” a los artistas es una estupidez mayúscula, estaríamos a salvo de esta gente impresentable (que cree seguir viviendo unas décadas atrás).
La noticia sonó con más polenta que la voz del mismísimo “Zurdo” Bessio. Días atrás, el espectáculo 2007 de “Falta y Resto” ("Anarquía, la leyenda de Viruta") fue censurado en Buenos Aires. A poco de presentarse en el Auditorio Belgrano, la dirección del teatro levantó la función por considerar que “dicho número artístico no cumple con la reglamentación interna en cuanto a las pautas de calidad, actitud y moral.” (¿?)
Estamos en condiciones de adelantar, según las informaciones recogidas -luego de una ardua investigación periodística- que la censura habría ido aún más lejos. En las últimas horas pudimos indagar que a “La Falta” se le habría exigido, incluso, modificar su nombre con el fin de que sea más compatible con un mundo neoliberal y de tendencia consumista como el actual. En consecuencia, de ahora en adelante dejaría de ser “Falta y Resto” para convertirse en murga “Sobra y Sumo”.
Pero, atención, las prohibiciones no terminarían ahí: los murguistas de “La Falta”, perdón, “La Sobra”, tendrían terminantemente prohibido pintarse las “caruchas” para que los nenes sospechosas y culpables del coro sean más identificables (trascendió que la Justicia argentina no descartaría llamarlos a declarar por el delito de “portación de cara”). De cruzar el charco nuevamente, de aquí en adelante lo único que se podrían pintar serían los dedos para que se les tomen las huellas dactilares y a continuación llenen un formulario en el que juren que Gardel es Dios y que Dios es argentino. Y, por supuesto, declaren –siempre bajo juramento- que el vecino país dejó de ser nuestro hermano y pasó a ser nuestro “Gran Hermano”.
Tal cual se supo, los textos de Raúl Castro (su director) habrían sido examinados en un laboratorio descubriéndose que son peligrosamente tóxicos al punto de contaminar con ideas inteligentes la cultura “mono neuronal” que puso de moda el gurú espiritual rioplatense: Jorge Rial
Paralelamente, el “Flaco” Castro estaría internado en un centro hospitalario porteño mientras se le practican algunos estudios por considerárselo una especie rara y en extinción: un artista que hace pensar. Si el tratamiento médico sale con éxito, dejaría de ser “Tinta Brava” y quedaría hecho un “Tinta Mansa”. Un modelo mucho más apto para todo público... poco exigente y para el consumo masivo.
Por último, estamos en condiciones de adelantar que la censura a las murgas uruguayas habría llegado al extremo de poner bajo la lupa a la mismísima “Agarrate Catalina”. Su nombre estaría en serio riesgo hasta tanto sus componentes no especifiquen de qué se tiene que “agarrar” Catalina para salir en carnaval. En caso de que no lo aclaren, “Agarrate Catalina” podría ser prohibida por obscena y herir la honorabilidad de la señora Catalina, que jamás agarró nada que estuviera fuera de la ley ni prohibido por el “Manual de las Buenas Costumbres”.
Si bien la prohibición del espectáculo de “Falta y Resto” confirmó que aún la “censura” sigue entre nosotros, es de esperar que algún día este método, tan desagradable, se vuelva agradable... y realmente útil. Imagino que si alguien aprueba una ley que prohíba las “estupideces” muchos dejarían de hablar por el resto de su vida. Y como “censurar” a los artistas es una estupidez mayúscula, estaríamos a salvo de esta gente impresentable (que cree seguir viviendo unas décadas atrás).
La noticia sonó con más polenta que la voz del mismísimo “Zurdo” Bessio. Días atrás, el espectáculo 2007 de “Falta y Resto” ("Anarquía, la leyenda de Viruta") fue censurado en Buenos Aires. A poco de presentarse en el Auditorio Belgrano, la dirección del teatro levantó la función por considerar que “dicho número artístico no cumple con la reglamentación interna en cuanto a las pautas de calidad, actitud y moral.” (¿?)
Estamos en condiciones de adelantar, según las informaciones recogidas -luego de una ardua investigación periodística- que la censura habría ido aún más lejos. En las últimas horas pudimos indagar que a “La Falta” se le habría exigido, incluso, modificar su nombre con el fin de que sea más compatible con un mundo neoliberal y de tendencia consumista como el actual. En consecuencia, de ahora en adelante dejaría de ser “Falta y Resto” para convertirse en murga “Sobra y Sumo”.
Pero, atención, las prohibiciones no terminarían ahí: los murguistas de “La Falta”, perdón, “La Sobra”, tendrían terminantemente prohibido pintarse las “caruchas” para que los nenes sospechosas y culpables del coro sean más identificables (trascendió que la Justicia argentina no descartaría llamarlos a declarar por el delito de “portación de cara”). De cruzar el charco nuevamente, de aquí en adelante lo único que se podrían pintar serían los dedos para que se les tomen las huellas dactilares y a continuación llenen un formulario en el que juren que Gardel es Dios y que Dios es argentino. Y, por supuesto, declaren –siempre bajo juramento- que el vecino país dejó de ser nuestro hermano y pasó a ser nuestro “Gran Hermano”.
Tal cual se supo, los textos de Raúl Castro (su director) habrían sido examinados en un laboratorio descubriéndose que son peligrosamente tóxicos al punto de contaminar con ideas inteligentes la cultura “mono neuronal” que puso de moda el gurú espiritual rioplatense: Jorge Rial
Paralelamente, el “Flaco” Castro estaría internado en un centro hospitalario porteño mientras se le practican algunos estudios por considerárselo una especie rara y en extinción: un artista que hace pensar. Si el tratamiento médico sale con éxito, dejaría de ser “Tinta Brava” y quedaría hecho un “Tinta Mansa”. Un modelo mucho más apto para todo público... poco exigente y para el consumo masivo.
Por último, estamos en condiciones de adelantar que la censura a las murgas uruguayas habría llegado al extremo de poner bajo la lupa a la mismísima “Agarrate Catalina”. Su nombre estaría en serio riesgo hasta tanto sus componentes no especifiquen de qué se tiene que “agarrar” Catalina para salir en carnaval. En caso de que no lo aclaren, “Agarrate Catalina” podría ser prohibida por obscena y herir la honorabilidad de la señora Catalina, que jamás agarró nada que estuviera fuera de la ley ni prohibido por el “Manual de las Buenas Costumbres”.