En el nombre del padre y del hijo
Jaime Roos: el nene de “Catalina” probó su paternidad sobre la MPU
La “contraseña” para abrir la noche fue “al compás del tamboril” y con “ardiente frenesí”. Con las 21 y 45 clavadas en el reloj, la tripulación de esta “gira monstruo” saltó a escena con uno de esos “candombes tatuaje”: “Siga el baile”.
La “contraseña” para abrir la noche fue “al compás del tamboril” y con “ardiente frenesí”. Con las 21 y 45 clavadas en el reloj, la tripulación de esta “gira monstruo” saltó a escena con uno de esos “candombes tatuaje”: “Siga el baile”.
Por Diego Sebastián Maga
La banda templó lonjas y gargantas en San José trayendo a las tablas los versos de un imprescindible en el ADN de la música ciudadana: Alberto Castillo.
Con Jaime en el escenario (y casi en “plan prueba de sonido”, marcando correcciones al ingeniero detrás de la consola), vino como trompada al corazón “Durazno y Convención”: un paseo turístico y emocional por las callecitas de su infancia. Escena del barrio y del hombre. El paisaje urbano delicadamente fusionado con el paisaje humano: “parece mentira las cosas que veo, por las calles de Montevideo.” Aquí es donde surge el montevideano con ojos en la nuca. De memoria fotográfica. El mismo que aparece fotografiado en el interior de “Fuera de ambiente”. El bebé que -en blanco y negro- aprende a caminar en la Rambla tomado de la mano por su mamá. El hijo de Catalina junto a esa señora que no está. Pero le dejó una herida que intentó aliviar (como suele pasar) con una canción. Una canción que pese a ser inspirada por la pérdida va al rescate de la memoria emotiva y termina siendo una expresión muy vital... liberadora: “gracias a ella jamás temí a la libertad. En un disco que más que mostrar demuestra. Incluso, desde un arte gráfico compuesto por la secuencia fotográfica de un temporal feroz (mar embravecido, nubarrones oscuros y aires turbulentos). Así que nada cuesta deducir que las canciones que están allí son “lo que viento ‘no’ se llevó”. La poesía arrabalera que quedó desparramada por las calles, empapada, muerta de frío y aturdida contra los muros, cubierta de diarios y noticias viejas, en las esquinas o empañando las ventanales de los bares. Es la crónica del tipo al que lo tomó una tormenta por sorpresa, volándole el disfraz (uno entre tantos) y corriéndole el maquillaje (otro entre tantos), dejándole este puñado de palabras y sonidos desnudos y a cara lavada que entran por los oídos para quedarse y tirar carambolas suicidas en el alma. Esta vez, Jaime sugiere la postal de su geografía interior. Es una Montevideo oculta y personal que expresa desde una honestidad confesional inédita.“Como dijo Enrique Santos Discépolo: una canción popular tiene que estar escrita de tal forma que cuando al autor le duele al que la escucha también le duela” dijo Roos antes del toque y con la sucesión de historias (esas que miran al exterior o al interior) lo comprendimos a la perfección.
Jaime es el cronista de lo que nos pasa por dentro y por fuera. Es la crónica del “hombre de la calle” o de la calle hecha hombre. Es la prosa del barrio; es el barrio hecho prosa. Es la música de las esquinas y la esquina de la música. Jaime decodifica el cemento. Desahoga las paredes. Devuelve a las angustias acumuladas por años convertidas en música. Desde un candombe más poderoso que el torbellino o desde una murga más triste que la lluvia cayendo contra el vidrio.
Climas sonoros que son posibles al tener detrás de sí a un súper equipo. Jaime funciona como “Gran DT” de un seleccionado de “galácticos”. “¡Con ustedes: “Los Engripados”!… Aunque no lo crean, todos tienen gripe”. Así presentó bromeando a su coro “Los Mareados” el viernes. Ante ello, pensé que si con ese estado gripal cantan así cuando están sanitos hay que cerrar la ciudad por demolición. No descubro nada con decir que una barra de cinco coristas de Jaime (Bessio, Muñoz, Perazza, Fontes y Takorián) equivale a las voces de dos murgas con hinchada y todo. La potencia y armonía envolventes que disparan desde la gola elevan el arte de Roos a ilimites insospechados. En esta línea casi sobrenatural, es que entró Fredy Bessio. A tal punto, que en su sobresaliente interpretación de “Brindis por Pierrot” ¡nadie extrañó al Canario Luna! Y ni que hablar que arrancó más ovaciones en “Si me voy antes que vos” (que engancharon con “El huayno del ciego”: antiguo tema del “Repertorio Roos” que data de los tiempos en que como “mochilero” cruzó Latinoamérica de punta a punta y compuso tras escuchar tocar a un invidente -casi en trance- en Cuzco, de camino a “Machu Pichu”).
“El Zurdo” volvió a conmover con “Adiós Juventud” y –al cierre del espectáculo- con “Amor profundo”. Casi una declaración colectiva de principios: “… es lo que siento al cantar / poco hay en el mundo / que me haga así vibrar / en mi alegría se esconde siempre un lagrimón / sé que todo termina / y que hoy juega, hoy / herido estoy por una pena loca / de la que no me curo / y así pasan los a años y se ahonda / no afloja y pide que siga…” Versos poderosos de Mandrake Wolf que cantados por murguistas a los que “se les parte la boca cuando cantan” tuvieron en el público un efecto devastador.
Otro de los músicos que consiguió un show dentro del show fue Hugo Fatorusso (eclipsando, al propio Montemurro). El “Fato” es el viejo sabio de la tribu de “seleccionados” charrúas. Uno de los mejores tecladistas del mundo y este comentario está exento de excesos patrióticos. Es más, el ex “Shakers” y “Opa” es un papá musical de Roos y el componente más jazzístico de la banda.
Y la lista de destacados sigue con los hermanos Ibarburu. Supongo que alguna razón genética tiene que haber para que todos sean virtuosos y deshagan sus instrumentos.
En los solos de guitarra (Nicolás), batería (Martín, el otro mellizo) y bajo (Andrés, el más chico de los tres), dejaron bien en claro que “la ley primera” no es que “sean unidos” sino “geniales”. Y encima, Walter Haedo (“El Nego”, así, sin “r”) en la percusión. Demasiado. Cada vez que el morocho le entró a dar a los parches parecía que iban a bajar los dioses africanos a pedirle un autógrafo y a invitarlo a tomar “una” en el boliche de la esquina. ¡Otro animal!
Entre los clásicos más viejitos (esos que cargan con tres décadas) apareció el “dale que sopla torcido” de una “Cometa de la farola” que sigue en el aire y cada vez más alto... y sin miras de caerse.
El Roos más rocker irrumpió con una intensa versión de “Victoria Abaracón” (invocando a su gurú espiritual Eduardo Mateo).
Hubo margen para el más romántico: “Amándote”. Un temita que fue dedicado especialmente: “este va con dedicatoria y es para las chicas maragatas”. Uno de los más celebrados en la noche fresquita : “hace frío pero hay calor” tiró entre risas.
Entre los más nuevo pasaron “Por amor al arte” (que vendría a ser el hermanito menor de “Los futuros murguistas”) y “De la canilla” (una letra de “Tinta Brava”, Raúl Castro, que fuera popularizada por Adriana Varela como tango).
Por supuesto, que no faltaron los arranques más “murganroleros” con “Los Olímpicos” ni la cada vez más hermosa “Colombina” para que justo en ese instante -intuyendo lo que se venía- las 5 mil personas empezaran a rogar “que no se apaguen las bombitas amarillas / que no se vaya nunca más la retirada.”
Las dos horas del recital –penúltima escala de su “extenso itinerario”- se fueron volando. Y ni siquiera la piedra que un imbécil arrojó al escenario –en el inicio- pudo arruinar la actuación (“esta es la segunda pedrada que me tiran en 35 años de carrera” dijo Roos algo irritado pero la música lo volvería a poner “dentro de ambiente”).
Con el elenco en retirada -después de subir para los “bises”- sonaron por los parlantes los Beatles igual que como antes de comenzar había sonado Mateo. Un detalle sutil y muy útil para interpretar de dónde viene y hacia donde va este hijo de Catalina y padre de la Música Popular Uruguaya.